viernes, 29 de abril de 2016

Envidia de Adán


Cuando olió a su niña pensó que ese debería ser el olor de Adán. Los bebes huelen a la pureza del primer hombre que vivió el deseo de una mujer. Mientras abrazaba a su niña sintió una intensa envidia por Adán porque Adán tuvo el privilegio de ser el primer hombre seducido. Bendita contaminación la del primer hombre. La envidia le corroía el estómago mientras abrazaba a su niña.

La peste negra de Europa llegó a su país una mañana. La fiebre negra llegó cabalgando a lomos de una rata gigante que se detuvo delante de la cuna de la niña. Lentamente, el bebé murió sin lamentarse. Y es que había venido a la vida para traer el olor de Adán y marcharse. Por eso no hubo sufrimiento en su marcha. ¿O sí?

Pasados los años, el hombre que sintió envidia de Adán encontró a una mujer bellísima que contaba cuentos mientras movía lentamente un abanico negro. Al aire agitado en vaivén le crecían velos azules que envolvían a la mujer. Había mucha gente alrededor de ella escuchándola hablar. Contaba cuentos tan sugerentes que la gente se hizo adicta a sus palabras para poder dormir.

Su fama llegó tan lejos que, según contaban, una cohorte de mendigos se aproximaba a la ciudad solo para conciliar el sueño. Los indigentes habían enloquecido porque arrastraban el insomnio de dos lustros de mendicidad. Y habían oído que la gente conciliaba el sueño alrededor de una mujer que hablaba palabras azules y alucinógenas.


El hombre que sentía envidia de Adán escuchaba las historias de la mujer mientras observaba una pequeña botella rosa que se apoyaba sobre su falda. Se abrió paso entre los insomnes durmientes y sintió que las medusas arañaban su estómago y que una lamprea se aferraba a su espalda cuando vio que dos piececitos de bebé se conservaban incorruptos dentro de la botella. La mujer que contaba cuentos viajaba medio muerta con el macabro recuerdo de su niña conservado en formol.

Él sintió envidia de Adán por ser el primer hombre seducido, pero la madre de la niña que olía al Paraíso quedó mutilada cuando la peste se llevó a la niña.


Era evidente: si había algo en el mundo más amargo y dulce que sentir envidia de Adán, fue sentir envidia de Eva. La primera seducción, la primera mujer que movió el eje del Paraíso, la primera, el origen.

No eres mi dueño.
Soy joven y amo ser joven.
Soy libre y amo ser libre.

                         



domingo, 10 de abril de 2016

Julián y Amelí


El hambre olvidada

Muchos se han preguntado por qué Eddie Van Halen se giró cara al público aquella noche. Todos creían que el gran Eddie era muy tímido y que por eso tocaba la guitarra de espaldas al público. Sin embargo, Eddie Van Halen únicamente estaba guardando un secreto: su técnica para solo de guitarra. Pero llegó Amelí corriendo por el escenario como ella y solo ella corre. Olisqueó al gran Eddie y no le quedó más remedio que revelar su secreto a los demás músicos guitarristas. Mientras, Julián disfrutaba de la música y de la carrera de Amelia. Y es que en esta ocasión no había motivo para detenerla y protegerla porque en ese inmenso escenario no se volvería a perder. Amelí anduvo perdida mucho tiempo hasta que llegó a un pueblo en el que no podía beber agua y tampoco había comida. Se habían ido todos y ella quedó sola persiguiendo la presa. Famélica y moribunda, conoció el hambre y la desprotección.

Fue una gran cazadora y aún lleva encriptadas las órdenes de la diosa Diana. Pero Julián no permitirá nunca que nadie la vuelva a utilizar para matar a otros animales. Él sabe también qué es correr y liberarse de la propia piel como cuando las serpientes mudan la camisa; él sabe de esa plasticidad que tienen las cosas cuando uno corre y de repente todo es pequeño e irrelevante. Trabajador de las palabras, repele las palabras sobrantes con una hosquedad dulce que solo a él se le perdona.

Amelia lleva a Julián a pasear a su hora y a deshora. Ella corre y Julián “despiensa” lo innecesariamente pensado, porque los seres como Amelia le devuelven a uno la importancia real de las cosas. Ese realismo tan decente que le causa lumbago a Julián necesita de Amelí para drenar la idiotez nuestra de cada día. Amelia es el tamiz que filtra la sebosa ética de los necios. Mientras la educación da forma a la agenda, Brian Johnson entona divertido Highway to hell; mientras un portentoso coloso de la estulticia coge espacio para pronunciarse, Angus Young salta  irreverente por el escenario en el que Amelí caza libre. Cada vez que Julián da forma consistente al homo vulgaris y lo pone un poco presentable con la palabra escrita, Bruce Dickinson empuja su diafragma y pronuncia un grito de rebeldía que solo oye Amelí. Amelia es el ser que avisa de otras posibilidades: correr por el desierto de Túnez o entre volcanes por Islandia. 
O, simplemente, hartarse a reír haciéndose cosquillas sin piedad.

Esa noche, la noche en que se conoció la técnica tapping, le habían dado a Eddie Van Hallen una guitarra roja para que tocara. Amelí olió el color rojo de la sangre y saltó sobre él: había encontrado su trufa.

"Contra las rocas se estrellan mis enojos 
y así toda esperanza me devuelve"


                        

viernes, 1 de abril de 2016

La peluquería de Dalí


Relato nacido de un sueño

   Cuando llegó a la casa de su peluquero no esperaba que le recibiera Dalí tan amablemente. Accedió por un pasillo estrecho y vulgar con una puerta también vulgar. Después entró a una galería sorprendente tomada al asalto por desmesuradas y apretadas rosas verdes que trepaban por las paredes. Dalí había pintado su terraza con rosas naif que rebosaban por las barandas y que nacían del sumidero del patio.

   Le hizo sentarse en una silla parecida a las que usan los oculistas, pero esta silla tenía huesos, articulaciones y parecía un animal disecado. “Apoya la barbilla aquí”, le dijo. Como si fuera un oftalmólogo dispuesto a realizar un examen rutinario, dirigió su barbilla hasta colocarla en una copa de cristal suave. Con una regla de madera que olía a colegio antiguo Dalí comenzó a medir la distancia entre sus ojos, la altura de su nariz, la anchura de sus pómulos e iba anotando los datos en un lienzo en el que aparecían letras chinas.

   Ella no entendía por qué este peluquero no se situaba detrás de ella como  lo hacen todos los peluqueros, ni por qué no había un espejo en la pared frontal como en todas las peluquerías. Aun así, fascinada por la precisión de los dedos de Dalí, se acomodó en la silla con huesos.

   El peluquero arrastró todo el cabello hacia delante como si sus dedos fueran un peine y humedeció la cabeza ayudándose con una tetera pequeñita en la que dijo haber hervido juncos con recuerdos de peces. Del pelo caían gotas de color rosa que sabían a vino. Las manos de Dalí cubrieron poco a poco toda la cabeza porque, -no recuerda bien- sus dedos se prolongaban en otros dedos, como si fueran pinceles larguísimos. Cuando el pelo caía al suelo se convertía en hormigas que caminaban rectas hacia un lienzo blanco en el que, al fin, quedaban quietas y dormían.


   Una vez terminado el corte de pelo, Dalí le dijo: “ya he terminado. Mírate en el espejo” Y cuando ella se miró no vio su imagen porque en el espejo solo había niebla dulce. Sus risas debieron escucharse en la galería ya que enseguida entró una enfermera que la invitó a salir. De nuevo quedó sola en otra terraza donde Dalí había pintado espigas tan altas que sobrepasaban los muros. Sabía que había quedado muy guapa.

"En los sueños me he sentido muchas veces llevado por un extraño instinto que me impulsó a escribir"
Goethe

"Somos del mismo material del que se tejen los sueños. Nuestra pequeña vida está rodeada de sueños"
William Shakepeare