“En cuanto le vi, yo me dije para mí: ¡es mi
hombre! Solo tengo corazón para ¡mi hombre! Si me pega me da igual, ¡es natural
que me tenga siempre así!, porque así le quiero, ¡a mi hombre! Si me ofrece su amor,
le perdono lo peor, ¡a mi hombre!” Interpretando esta humillante muestra de
la canción española retozaba Sara Montiel por el escenario en la película La Violetera. Curiosa cinta de 1958,
dirigida por Luís César Amador, en la que se ofrece una versión servil del amor
femenino.
En aquella fecha, la violación de la mujer en el matrimonio no era
considerada delito de violación sino solamente un delito de coacciones. Por
supuesto, el maltrato no se denunciaba. Sobre todo si se presentaban al gran
público canciones como esta, que elevaban a la categoría de romántico,
atractivo y natural el maltrato por parte de un hombre. La muerte de una mujer
por violencia machista era denominada “crimen pasional” y no estaba del todo
mal calificado el crimen.
Dice José Antonio Marina en su muy recomendable libro
Pequeño Tratado de los Grandes Vicios (2011) que la ira y la soberbia son pasiones. El hombre machista no mata por amor sino por la pasión de su ira y su soberbia. ¿Cuánta ira es necesaria para rociar a la pareja con
alcohol y prenderle fuego con un encendedor?, ¿qué caminos recorre la soberbia
para estrangular, asfixiar, apuñalar o disparar a la propia pareja?, ¿bajo qué
mandamientos crecieron los niños que hoy golpean la cabeza de una mujer contra
el lavabo hasta matarla? ¿Qué obstinada soberbia lleva a un hombre a atropellar
con el coche a su mujer o a arrojarla del coche en marcha, o a perseguirla por
la calle con el coche hasta que ella se esconde en un portal para evitar el
atropello?
¿Cuánta
humillación ha sufrido una mujer hasta la primera bofetada?, ¿y después de la
bofetada?, ¿qué fuerza sustenta a esa mujer para preparar el desayuno a ese
hombre?, ¿con qué clase de amor se vuelve a coger la mano de un hombre que
abofetea?
¿Qué ira
tenaz y persistente es necesaria para apretar con un cuchillo los riñones de
una mujer durante toda una noche para que no se mueva de la cama ni pueda
dormir?, ¿cuánto odio es necesario para sostener ese cuchillo durante toda la
noche?, ¿y después de esa noche?, ¿por qué nacen niños después de esa noche? ¿Cuánta
rabia alimentada día a día es necesaria para no dejar salir a una mujer de una
habitación de la casa?, ¿y para no dejarla comer? ¿Por qué esa mujer no puede
regresar a la casa de su familia?
En 2015 ya han muerto 118 mujeres. Las conductas
de maltrato a la mujer no se han erradicado. Y, lo peor, se ha desenterrado esa
actitud humillante y servil donde la mujer vuelve presentarse como admiradora
de un hombre maltratador: ¡es su hombre!