Siete brujas muy peligrosas |
Me
duelen los hombros porque los tengo encogidos. Una masajista que parecía una
bruja me dijo que la energía del hombro derecho repercute en la cadera derecha y
viceversa. Su cara oscura apenas asomaba entre su pelo negro y rizado y sus manos huesudas
parecían venir de agitar un manojillo de falanges en las orejas de un muerto. Mientras
me arrancaba los músculos, los sacudía y los volvía a poner en su sitio, me
daba una lección de anatomía mágica.
Bruja muy digna entrada en años |
Una bruja, parecía una bruja salida de un
cuadro con bata blanca de fisioterapeuta. Amasó mis nudos, escudriñó en mi
nervio ciático sin ninguna piedad y me dijo que tenía nudos en el cuello. Pensé que a lo mejor esta mujer me dejaba el aura como los chorros del oro. Con
su voz grave, ronca y pausada no paraba de hacer preguntas y yo, mientras ella
comprimía y descomprimía mi tórax apoyando todo su peso en mi espalda, no quise
componer mentiras educadas para mis respuestas. Así que no contestaba.
Me decía
modos de vida que debía adoptar a partir de ese día y yo asentía con el firme
propósito de no adoptar ninguna de sus pautas. Supongo que quería aplicar su
quiropráctica también en mis costumbres. Tuve agujetas durante dos días. Me
sentó bien el masaje tortuoso. De eso se trataba.
Ocho brujas en pleno condumio |
Esa voz
me recordó a una mujer que conocí en una sala de espera helada y a la que debía
escuchar por razones laborales. Qué frío hacía allí. Hablaba y hablaba. Cuánto
habla la gente. Debe estar muy sola la gente. Después de hora y media esperando
y sin que la señora cesara en su discurso, me cogió la mano helada. La abrió
como si abriera las alas de una paloma de nieve con sus manos muy calientes.
Mientras me miraba me decía: “usted
morirá muy muy pequeñita. Meciéndose en una mecedora y abrazada a una muñeca”
y muchas más cosas que, bien pensadas, podrían ser estremecedoras. Cuando llegué
a casa les dije que no se preocuparan por mí hasta el día en que me vieran
coger una muñeca con especial cariño. Sería un honor morir como Ursula
Iguarán en Cien años de soledad. No he
vuelto a ver a esta mujer y tampoco tendría mucha paciencia para aguantar sus
larguísimas quejas.
Amenazantes brujas cocinando extrañas pócimas |
Sí, he
conocido a algunas brujas. Aquí solo hablo de dos. Pero he visto a muchas más y
todas coinciden en algo: tienen la voz suave y las manos calientes.
Jamie Lidell
Little bit of feel good