sábado, 27 de febrero de 2016

Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar

Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar

                                                                         S. Dalí

                Su animal tenía la piel de los susurros. Este animal extraño respondía a las palabras únicamente si se le hablaba en voz baja. Por eso no oía ni las arengas ampulosas, ni los gritos iracundos, ni las soflamas petulantes, ni las voces ordinarias. Cuando la mujer se levantaba cada noche, aquel animal suave la esperaba para beber agua. Los dos juntos bebían agua oscura recién nacida y él se dejaba acariciar agradecido.

            Ella no lo sabía pero hacía tiempo que el gato con piel de sombra enviaba al otro lado todas las frases que ella le decía en voz baja cada noche. “Hola bonito. Eres muy suave”. “Me gusta mucho verte”. “¡Qué bien que me estés esperando!”. “¿Estás despierto? ¿Te vienes a dormir conmigo?”. El gato guardaba las frases líquidas porque la voz de la sonámbula poseía el tono y el volumen que él podía escuchar para sentirse querido.

            En la sala de espera del médico del sueño había un enorme cuadro de Dalí titulado Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar. Le pareció muy dramático el doctor. El médico del sueño, quien solo hablaba el idioma del duermevela, diagnosticó sonambulismo inverso y le informó sobre su padecimiento mientras le presionaba la espalda con un estetoscopio helado.

         Había descubierto algas en los pulmones de aquella mujer y corría serio peligro de que una rara especie de líquenes cubriera su vientre. El médico le mostró en un monitor una imagen del fondo de un lago cubierto con líquenes verdes y le dijo con severidad y preocupación: “así quedará su vientre si no tratamos el problema a tiempo” pero ella no sintió miedo sino agrado.

        Para  erradicar el problema la paciente debía someterse a un tratamiento radical consistente en elevar su volumen de voz hasta alcanzar los desagradables territorios del grito. Debería gritar en el trabajo, en la calle, en su casa, en el cine, de día y también de noche. No podría bajar su volumen de voz de un nivel de decibelios que el médico anotó en una tarjeta. Por lo tanto y si quería curarse ya no podría hablarle en voz baja a su gato. 

         Los gritos curativos provocaron abundante sangrado en los oídos del aire y su gato se apartó de ella horrorizado por las punzantes aristas de la nueva voz de su dueña. Tanto echó de menos a su animal que abandonó el tratamiento sin pensar en las acuosas consecuencias. “Buenas noches. ¿Bebemos agua? Eres un animal precioso”. “¡Hola!, ¡cuánto me alegro de verte!

         Todavía continuaba sin saber que cada frase recién salida del territorio entre el sueño y la vigilia había sido dicha para siempre y que sus frases estaban esperándola. Cuando ella llegara al otro lado se oiría a sí misma diciendo palabras amables. Noche a noche compuso su discurso de bienvenida a la otra parte de  la casa, la cara oculta de las cosas, el otro lado de la piel.

         Pasados los años, ella entró irremediablemente en el otro lado de las cosas y su gato estaba esperándola para devolverle las  frases que guardó durante todas las noches de una vida. No se sorprendió al reconocerse, pero sí se estremeció al entender la fuerza que albergaba su hilo de voz grave. Así fue como ella oyó su propia voz reconfortante, familiar y acogedora que le decía: “Hola. Te estaba esperando. ¡Qué ganas tenía de verte! Tienes líquenes en el vientre, te quedan muy bien. Y las algas de tus pulmones son muy suaves. ¿Qué pasó?, ¿caíste al lago? Bueno, ya estás aquí. Bebe agua, tendrás sed. Ven a dormir conmigo” 

Nadie mejor que su gato para darle la bienvenida.

Dos canciones de la BSO de la película La Vida Secreta de Walter Mitty,
dirigida por Ben Stiller, (2013).
Película muy recomendable.