El conquistador suave
Domingo conocía bien el negocio de la
ferretería. Los clavos eran su especialidad. El día que un viajante de Jaén le
quiso vender los primeros clavos sin cabeza no dejó que le engañaran. “Los clavos sin cabeza no existen”
sentenció. Y el viajante de Jaén, quien además también vendía ropa de bebé, se
marchó de la tienda a visitar otras tres ferreterías ese mismo día.
Conocía también Domingo todas las
modalidades de baile de salón. Los sábados por la tarde su señora y él
visitaban un gran recinto donde muchos matrimonios se divertían practicando y exhibiendo
todo lo aprendido en las clases semanales. Las chicas que iban a clase en el
turno de noche ironizaban con sus pantalones grises que ocultaban el vientrecillo redondo de Domingo. Su
señora asistía a clase en el turno de mañana. A él le gustaba halagar a las
compañeras de clase “Qué amable es
Domingo” decían las chicas. “Qué
contentas se ponen con cualquier cosa que les digo. En cuanto yo quisiera
tendría una aventura con la chica que eligiera” pensaba él.
En las clases, los profesores asignaban las
parejas para que nadie se sintiera excluido. Domingo tomaba a sus compañeras
por la cintura como un padre. Al principio, sus manos castas creaban confianza
en sus parejas de baile. Por eso ellas no imaginaban la fruición con que
esperaba Domingo el momento de ensayar el tango. Fue después de unos cuantos
tangos cuando todas coincidieron en su opinión: “Domingo está salidísimo” y por eso rehuían a Domingo y su pecho
pequeño y estrecho. Además bromeaban cada clase con la mala fortuna de aquella
compañera que fuera asignada a las manos temblorosas y cándidas de Domingo.
La soberbia humilde de los clavos
La ferretería que había en una calle
paralela a la suya empezó a vender clavos sin cabeza. Domingo se enteró cuando
una vecina le dijo que había comprado unas `puntas´ para cuadros pequeñitos porque
le venían muy bien para colgar los bodegones que pintaba su marido. El viajante
de Jaén había pasado por la puerta de su ferretería en varias ocasiones y
Domingo siempre había sentido pena de él. Según el ferretero, vender jerseys de
bebé y alcayatas era un oficio miserable. Al fin y al cabo, en su comercio
había cincuenta y cuatro cajones con cincuenta y cuatro clasificaciones de
artículos de metal niquelado. Tenía sartenes con patas, sartenes sin patas,
parrillas de última generación y jaulas con puerta corredera. Tenía cuberterías
para dotes; aceiteras con una `c´ para el aceite de la carne y aceiteras con
una `p´ para el aceite del pescado; tenía pomos de cerámica, guantes metálicos
protectores para carniceros industriales y un césped artificial en dos colores
que quedaba muy vistoso. Y, después de enumerar los artículos que tenía en su
punto de venta, siempre concluía diciendo: “y
todo eso es un plus”
Y un día, la ira
La mujer de Domingo lo admiraba en público,
se compadecía de él en privado e intentaba que no se enfadase cuando estaba con
él. Siempre iba a recogerla a clase de baile. Un día se enteró de que su señora
había bailado bachata con el monitor de baile. Todas las compañeras la
felicitaban porque había bailado muy bien. Domingo se interesó por esa modalidad
de baile y se encaramó en un descomunal enfado cuando vio la coreografía: “O sea, ¡que juntas tus caderas con las suyas
y después os movéis!” y acto seguido arrojó un plato de pimientos fritos a
una pared recién empapelada con enormes tulipanes. Rompió el cristal de una puerta,
rompió un costurero y tiró al suelo el mantel de la mesa con todo lo que
contenía. Gritó y gritó hasta que en un arrebato de silencio, del peor
silencio, de ese silencio que debe haber en el centro de los huracanes, cogió a
su señora por el brazo y lo retorció hasta que lloró de dolor. Después la
zarandeó y, cogiéndola por la nuca, golpeó su cara repetidamente contra un
lavabo. Ya no iría más a bailar. A partir de ese día su señora odió los
tulipanes, odió la música y le odió a él.
Y también a partir de eses día el pánico
provocó en la señora de Domingo el peor tipo de incontinencia que se puede
sufrir en el suelo pélvico y para el que no sirve un simple pañal. Caminaba con
miedo por la calle por si le sucedía lo peor y alguien olía su drama. Evitaba
relacionarse con sus amigas para que nadie se diera cuenta de lo que le ocurría y tardó poco tiempo en percatarse de que sus hijos habían sentido asco alguna
vez.
Ella ya no volvería a reír ni a bailar. Alguna
noche soñó que se enfadaba con Domingo y que se reía de sus tetillas caídas por
las que ya no sentía su antigua ternura. Imaginó en alguna ocasión que se
rebelaba, que le hablaba seriamente y que Domingo la entendía. Pero cuando
escuchaba al aire tropezar en la boca de su marido con todo lo que albergaba
esa cavidad, una ola de repugnancia le recomponía el seso. El estómago se le
convirtió en la caja fuerte de todo el miedo. El miedo para comer; el miedo
para reír; el miedo para dormir…. Domingo no imaginaría nunca el profundo
desprecio que sentía su señora cuando le oía enumerar los artículos de sus
puntos de venta y sus largas y consabidas peroratas políticas y morales.
Domingo el ferretero no sería capaz de adivinar que cada punto geográfico de su
persona era la mejor referencia para describir el asco.
El ferretero continuó asistiendo a sus
clases de baile y mostrándose amable y paternal con sus parejas de baile. “¡Si supiérais a lo que tengo que renunciar
en clase!, ¡si yo quisiera!”, decía a sus compañeros que se divertían mucho
con el amable Domingo. Todas las noches, antes de regresar a casa desde las
fiestas de baile de salón compraba dos pasteles almendrados para su señora. Y cuando
lo veían entrar en el coche con el paquetito de pasteles todos coincidían en
afirmar: “qué buena gente es Domingo”
Modena City Ramblers
Bella Ciao
Canción popular italiana
La rebelión no se piensa, se empuña.
Una mañana me desperté y encontré al invasor. Oh! Partisano, llévame contigo porque me siento morir. Y si yo muero de partisano tú me debes enterrar allá en la montaña bajo la sombra de una bella flor. Y la gente que pasará me dirá ¡qué bella flor! Y ésta es la flor del partisano, muerto por la libertad.