Obra del pintor Vicente Galán Fernández
Cándida no entendía el color porque era blanca
desde que nació. El día de su investidura mostró sus heridas de guerra con la
túnica abierta ante el Senado tal y como se exigía en los ceremoniales de investidura de los senadores.
La cicatriz en el vientre era una luna tumbada que marcaba las mareas de su
alegría. Había anidado en su vientre la indefensión de una cierva despedazada
pero mantuvo sus piernas erguidas. Fue después de esa herida cuando se
convirtió en pez invirtiendo sus centros de gravedad y su espalda creció en el agua anulando su cicatriz. Por los raíles de la anestesia se marchó a un acogedor
desierto de dunas dulces. Los muertos más queridos llevaban búhos y halcones en
sus hombros y le dijeron tres cosas: que el agua le estaba esperando, que la
Matemática no entiende de cálculos y que los senadores eran miopes.
......y los peces protegieron su vientre |
Cuando le quemaron los ojos visitó las tierras
de la ceguera durante veinte segundos en los que se sentó en una biblioteca
antiquísima. Una anciana iba anunciando el nombre de los veinte ciegos con quienes
mantuvo una larga entrevista. Cada uno narró a Cándida su intimidad sin colores
y se sintieron liberados y entendidos porque ella tampoco sabía qué eran los
colores. Cándida sólo entendía la luz absoluta y nada más. Los ciegos solo entendían la oscuridad absoluta
y nada más. Un diálogo perfecto cada segundo de deslumbrante brillantez.
La cicatriz en la frente nació por el golpe de cien martillos y la cicatriz en
los dedos nació por manejar un punzón durante todas las noches de diez años
para tallar una estatua sobre un diamante. El diamante venció y jamás existió
una estatua imposible.
Cuando los senadores vieron a Cándida se deslumbraron por el poder luminoso de su inocencia blanca. Cada uno de ellos estaba tan perversamente
condicionado por su único color que no comprendían el concepto de la luz. Y es que cuando
ellos abrieron sus túnicas no enseñaron sus auténticas cicatrices porque temieron mostrar los vestigios de su dolor.
Candida, blanca, albina y clara |
El senador Rubrum
Carnifex era primario y, de acuerdo con su vugaridad, ordenó a una criada
maquillar una profunda llaga en el costado. Así la asamblea entendió que había
sido víctima de un martirologio en una lejana guerra con elefantes furibundos.
Pero la única cicatriz de Rubrum Carnifex
era aquella que le produjo un herrero cuando le extirpó un corpúsculo en el
recto. Y es que Rubrum jamás estuvo
en guerra alguna.
El Senador Cyaneus
Magister tenía una cicatriz en el
hombro porque se partió la clavícula al caerse de un caballo. Todos contaban
que el hueso rompió la carne asomando cerca del cuello y que los dos perros de Cyaneus, lamían la sangre mientras él
permaneció sin turbación alguna ante tal lesión. No lloró ni gritó ni nada dijo
salvo el estoico silencio. Y, privado de sentido, lo halló su asistente quien
lo socorrió en el trance. Cuando se retiró la túnica del hombro todos los
Senadores rompieron en un aplauso rotundo reconociendo el valor y el mérito de Cyaneus Magister al caerse de su
caballo. Lo que no contó el impertérrito
Cyaneus fue la ingesta anterior de aromáticas hierbas de la lejana Asia que le anestesiaron el dolor y que fueron causa directa de la caída.
El senador
Viridis Soldadus tenía el muslo atravesado por el cuerno de una cabra.
Cuando las cohortes del Emperador Adriano se encontraban en Anglia Viridis ejerció como soldado y cocinero, debiendo matar a los
animales con que se alimentaban los soldados. Cuando Viridis Soldadus descubrió su pierna herida los senadores estaban
distraídos y apenas aplaudieron al nuevo senador Viridis quien sí
estuvo en la guerra de Anglia.
Título: Bodegón con gato azul |
Las cicatrices de Cándida eran ciertas. La irreverencia
de Cándida no consistía en haber ido a la guerra y haber regresado herida. Los
senadores sabían que de los infiernos sólo se regresaba herido o mutilado. Su
atrevimiento consistió en mostrar las cicatrices verdaderas porque el dolor o
el placer no habían de mostrarse. De la misma manera que nadie debía conocer el
número de monedas que cada uno llevaba en su bolsa, tampoco debía darse noticia
alguna sobre las alegrías o sobre los displaceres.
Después de la ceremonia de la blanca Cándida el
escribano del Senado inventó un nuevo término: candidez. Y el senado de las
heridas inventadas y correctas mandó acuñar una moneda en la que aparecía
Cándida con su túnica sincera en la que aparecía la leyenda: alba tunicae, albina anima.
The Beatles - Get Back
Live Rooftop Concert 1969
Regresa, regresa.
Regresa donde una vez perteneciste