jueves, 2 de julio de 2015

Apología del calor



A pesar del calor antirreglamentario y con varios cangrejos pinzados en cada hombro, cada día acude a cumplir con sus deberes quien tiene deberes y quien siente que los tiene. Calor que pesa y sobrepesa los asuntos, las cosas y los números. Calor que resta la energía a los honestos y que apaga la luz de los siniestros. Calor que suma tensión a las palabras y suma personas a las colas que hace la gente sobre todo cuando más calor hace. Asfalto deslumbrante que despide a los prudentes hacia las madrigueras. Campos amarillos que irritaron a Van Gogh. Porque no era alegría sino la más chirriante irritación lo que sintió Van Gogh frente a los campos de trigo.

Medusas pegadas a la espalda de los trabajadores de la playa que trabajan para la sombrilla y todos esos pertrechos que componen un aburrimiento tan vulgar como caro.
Calor que muele los propósitos y paraliza el futuro en un presente mediano y soportable con un libro a altas horas, la radio y tabaco. Mientras desfilan los borrachos que abandonan fiestas lejanas, al calor de la noche lo cronometra un reloj blando de Dalí que nunca terminará de entender el tedio de los minutos. Frida Kalo pintó sus dolores en verano; el cineasta Kievslosky imaginó su Trilogía de colores en verano y, a lo mejor, el big bang sucedió un verano.

Calor que huele a toldo y canela. Calor que humea en ventanas negras. Calor que arde llano y extenso donde nada se levanta salvo la tristeza de las espigas. Calor de entierro a destiempo. Calor de boda exagerada; boda con alfombra roja y beatas negras; boda con tafetanes que suman grados a todos los termómetros. Verano de bodas con rumbas y sevillanas que saben a caramelo antiguo y a mantilla remendada.

Calor de alcohol con sobregraduación. Sangre espesada, lengua pesada, piernas de plomo. Alcohol caliente con hielo barato menos frío que el hielo legal. Música mediana que repite las notas hasta el exterminio con metralla de todas las melodías. Verano enlatado del que huyen los sensatos. Esa estirpe de gente que usa elevado factor de protección solar y social y que se retira a ese otro calor de las películas antiguas mientras la noche transcurre sin su nombre. Retirarse a la bendición de la soledad donde el calor acompaña y la fruta muy fría calma la piel sobreexpuesta.


Veranos en que se resuelven asignaturas pendientes. Son esos meses en los que estudiar implica una cura de soledad en que el amor propio regresa justo cuando se compone el silencio total. Nada se oye en las noches de verano en paz, salvo ese ensayo del susurro en que habla la gente que pasea a deshora. La gente que emigra de lo social lleva el kit de supervivencia imprescindible para el verano: libros, música, agua y silencio. Y es que el calor, sobre todo si se pronuncia en olas, es una tempestad más para la que no hay paraguas. 


Os dejo esta canción eterna. Que la disfrutéis.


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