Cuando olió
a su niña pensó que ese debería ser el olor de Adán. Los bebes huelen a la
pureza del primer hombre que vivió el deseo de una mujer. Mientras abrazaba a
su niña sintió una intensa envidia por Adán porque Adán tuvo el privilegio de
ser el primer hombre seducido. Bendita contaminación la del primer hombre. La
envidia le corroía el estómago mientras abrazaba a su niña.
La peste
negra de Europa llegó a su país una mañana. La fiebre negra llegó cabalgando a
lomos de una rata gigante que se detuvo delante de la cuna de la niña.
Lentamente, el bebé murió sin lamentarse. Y es que había venido a la vida para
traer el olor de Adán y marcharse. Por eso no hubo sufrimiento en su marcha. ¿O
sí?
Pasados los
años, el hombre que sintió envidia de Adán encontró a una mujer bellísima que
contaba cuentos mientras movía lentamente un abanico negro. Al aire agitado en
vaivén le crecían velos azules que envolvían a la mujer. Había mucha gente
alrededor de ella escuchándola hablar. Contaba cuentos tan sugerentes que la
gente se hizo adicta a sus palabras para poder dormir.
Su fama
llegó tan lejos que, según contaban, una cohorte de mendigos se aproximaba a la
ciudad solo para conciliar el sueño. Los indigentes habían enloquecido porque
arrastraban el insomnio de dos lustros de mendicidad. Y habían oído que la
gente conciliaba el sueño alrededor de una mujer que hablaba palabras azules y
alucinógenas.
El hombre
que sentía envidia de Adán escuchaba las historias de la mujer mientras observaba una pequeña
botella rosa que se apoyaba sobre su falda. Se abrió paso entre los insomnes
durmientes y sintió que las medusas arañaban su estómago y que una lamprea se
aferraba a su espalda cuando vio que dos piececitos de bebé se conservaban
incorruptos dentro de la botella. La mujer que contaba cuentos viajaba medio
muerta con el macabro recuerdo de su niña conservado en formol.
Él sintió
envidia de Adán por ser el primer hombre seducido, pero la madre de la niña que
olía al Paraíso quedó mutilada cuando la peste se llevó a la niña.
Era
evidente: si había algo en el mundo más amargo y dulce que sentir envidia de
Adán, fue sentir envidia de Eva. La primera seducción, la primera mujer que
movió el eje del Paraíso, la primera, el origen.
No eres mi dueño.
Soy joven y amo ser joven.
Soy libre y amo ser libre.
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