domingo, 17 de julio de 2016

La chica que no esperaba el ascensor


Testigo de cargo. Billy Wilder, 1957
   No esperaba el ascensor porque perdía el tiempo. El tiempo se derramaba como placenta rota por el hueco de ese montacargas y ella no era un peso muerto. Primeros escalones. Recordó a Marlene Dietrich en la película Testigo de Cargo. “¿Quieres darme un beso, encanto?” decía mientras exhibía una descarnada cicatriz que le atravesaba la cara con brillos de navaja. Durante años su hermana repitió riendo esa frase cada vez que arribaba un hombre imbesable.

   Primer rellano. Un abogado infartado decía que las escaleras se suben lentamente al principio y deprisa al final. Y después de evacuar el aforismo componía una mirada de sabio del Sanedrín. “¿Quién compraría esas lámparas de pared para la escalera?” Ser anodino también es un arte. Se acostumbró a no encender la luz mientras fuera posible subir por el útero de ese edificio con la luz grisácea de los patios.

   Segundo piso. Han descubierto dos lunas en Júpiter. ¿Qué pereza pensar nombres para dos lunas? Lavanda y té. Los astrónomos no suelen pisar la hierba. Para la chica que no esperaba el ascensor era evidente que una luna debería llamarse Bach y la otra Mahler, o Diana y Belisana, o Fausto y Otelo….Un vecino con bombachos y olor a alfombra encerrada invadió la intimidad de su escalera. Esa visión de cotidianidad fue como un tanque ruso disolviendo manifestantes en la primavera de Praga. Después de la visión del propietario ya no hubo lunas.

Primavera de Praga. 1968. Requisaron las cámaras de los fotógrafos, y revelaron
las fotos para detener a los manifestantes.
  El camino vertical de la chica transitaba paralelo al del ascensor con carga humana. Esa gente eran seres que aguantaban su propio peso ayudados por el débil cordón umbilical del ascensor. Soportar su propio peso era para ella una cuestión de dignidad animal donde la epidural no tenía cabida. Una trapecista volaba sin red atravesando un cielo de Jackson Pollock. Y pensó en poner un enorme cuadro del pintor en la última escalera que lleva al ático.

   ¡Qué bien se sentía sola por ese camino extraño donde nadie la esperaba! El perro de todos los días lloraba a la misma hora cerca del tercer piso. Un ligero mareo la llevó a un mundo amarillo durante dos segundos “Deberías tomar más café. Te mareas con facilidad”. El perro que lloraba la trajo de nuevo al útero escalonado por el que se desnacía cada mañana a sí misma, introduciéndose de nuevo en el vientre de su deber.

 El sonido de las llaves repitió el eco chirriante de la voz quebrada de Tom Waits: "I´m gonna take it with me when I go". Cuando oía al dulce Tom se prometía a sí misma estudiar más inglés solo para escuchar despacio todas sus canciones tristes. Cantaba bajito esa canción -Take it with me- cuando sintió una ortiga bailando en la garganta que le dolió todo el día. Había hecho frío esa noche pero su soledad le abrigaba igual que abriga Tom Waits a las chicas que no esperan el ascensor.

Madeleine Peyroux
I´m all right

 


 

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