Señor en torso dispuesto a salvar a la cristiana |
Fueron ellos -los libros- quienes me leyeron a mí
En la
portada de aquel libro había una mujer semidesnuda. Sus manos estaban atadas con
guirnaldas de rosas a los cuernos de un toro grandísimo. Las rosas tapaban
candorosamente las partes pudendas de la doncella. Era una edición muy vieja
del libro Quo Vadis. El libro me daba
mucho miedo porque el toro era enorme y parecía un monstruo. Unos meses antes
de hacer la primera Comunión pregunté por qué esa mujer estaba atada al toro: “porque es una cristiana” me dijeron.
Hacia mayo más o menos, mediante el sacramento de la Comunión , yo también sería
una cristiana. Bastante más cristianas que antes. No pude leer ese libro.
Me
confundió bastante el libro Manual de la Historia de España,
(1939). Constaba de tres partes y el título de la primera parte se llamaba
“España, Una”. A mí me faltaba un
sustantivo en el título: ¿una qué?, ¿una calle?, ¿una señora? No entendía nada
y aun así intenté leerlo. El capítulo denominado “España Una” se centraba en narrar
una conquista detrás de otra. Nombres, fechas y episodios de gente valiente con espadones corriendo por los campos. Un
aburrimiento. No pude continuar con la lectura aunque lo intenté. Por eso no pude enterarme de los otros dos capítulos que se referían a lo Grande que sería España después y, finalmente, el capítulo de la apoteosis de felicidad que trataba de la España libre.
Una
mujer vestida con muchísima falda y velos aparecía en la portada del libro Rasputín y la Zarina , cartas de amor de
la última zarina. Detrás de la referida zarina, sobre fondo rojo y aire
fantasmal se dibujaba la cara temible de Rasputín. Una edición de 1.962. La
zarina se describe en el libro de esta guisa: “reclinada sobre un diván de terciopelo gris, en una gran habitación
tapizada de tonos gris y violeta, rodeada de flores blancas y cubierta ella
misma por un largo peinador de encajes sobre el que resalta el fino irisado de
su legendario collar de perlas...”. Esto es tumbarse en un sofá con gracia y
estilo.
Confieso
que me gustaba la idea de verme rodeada de flores blancas, cubierta yo misma
con un largo peinador de encajes y con un legendario collar de perlas. Pero el
sueño se rompía en cuanto me veía en medio de las flores con mis gafas de
gobernante de la ONU (eso decían mis hermanos sobre mis gafas) y mis zapatos de cordones marrones. En la introducción del
libro constaba fehacientemente que Rasputín pervirtió la bondad de la zarina. No
entendí en qué consistía exactamente pervertir la bondad de alguien y doy fe de
que le di vueltas a esta cuestión. Ahora, mis ojos cansados no me permiten perder tiempo
en leer algo que no sea muy bueno. Pero amenazo con leer esas cartas. Prometen.
Laurel y sangre |
Había
por allí una edición de 1940 de un extraño libro llamado Laureados. La introducción explica:
“He recogido para vosotros -queridos niños-
la historia verdadera y reciente, cuando la tierra está mojada todavía por la
sangre, y no cicatrizaron las heridas y las trincheras permanecen aún abiertas
en los campos….”.
Después
explicaba por qué la sangre no estaba aún reseca y dedicaba un capítulo a las
hazañas bélicas de cada uno de los cincuenta señores laureado. Las
ilustraciones son fascinantes. También intenté leerlo a mis diez
años pero la cuestión de la sangre -bien fresca o bien reseca, según el caso-, me confundía mucho y lo dejé.
Conservo todavía ejemplares de ediciones de aquellos años: El Libro de la Selva (1.964), Tratado de Taquigrafía Castellana (1.883), Las Recreaciones Científicas (1893), Discursos de Castelar (1.874), etc. Siempre pensé que tuve una niñez normal. Sin embargo, las habitaciones ocupadas por libros pesados, las mesas pequeñas con libros apilados, todos estos objetos me hablan de una infancia diferente y buena. Los libros siempre fueron la mejor herencia. Bueno y también un curioso marcapáginas hecho con un paquete de tabaco Bisonte.
Zaz
Je veux
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