Ciento veinte escaleras tenían las ciento veinte torres que subieron los investigadores equivocados buscando a las palomas neuróticas que se quedaron quietas. Nadie sabía cómo llegar a la torre del desamor dulce de Mr. Hyde salvo su gato azul. Cuando el gato de Mr. Hyde tomaba el Sol la ventana goteaba té con ginebra sobre las plantas de un ordenado y disciplinado vecino quien se preocupó seriamente porque se percató de que eyaculaba ilegalmente cuando soñaba que tomaba curvas a más de ciento veinte.
El contable que vivía en el apartamento de enfrente contemplaba al gato de Mr. Hyde todas las tardes. Cuando el auditor visitó la empresa del contable observó que todos los saldos arrojaban ciento veinte inputs de tiempo azul, con folios azules y con peces azules; ciento veinte proveídos de dulce de frutas para una fábrica de sillas colgadas de los árboles y ciento veinte outputs de computadoras contadoras de unidades individualizadas de la Nada. Ciento veinte kilómetros de soledad cálida componen la unidad de la templanza, el sueño y los sueños en que se bajan ciento veinte escalones hasta llegar al vientre donde duermen las palomas que vuelan.
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