El sueño
Soñó con una película en que un artista elevaba un piano con
una grúa a una gran altura y después lo arrojaba a un valle en el que el
público congregado aplaudía con casco de protección. Era cartero y el día antes había entregado una postal en que aparecía un pianista rubio en una piscina. Cuando despertó pensó: "Si se puede romper un
piano se puede arrojar al aire cualquier cosa. Todo es frágil".
Esa mañana su mueble enorme
estaba allí como todas las mañanas desde que tenía memoria. Su mueble pesaba
más cada día y la última semana le había crecido un cajón nuevo. Libros, carpetas, lámparas, billetes de tren, fotografías de gentes que ya no eran gente, revistas, bolígrafos caducados, llaveros, colores, cuadernos de música sin escribir y, sobre todo, cientos de cartas que nunca pudo entregar. Necesitaba retirar todas las cosas del mueble.
La tiranía
El mastodonte de madera había engordado
demasiado pero debía conservar aquellas cartas por si alguien se las reclamaba. El mueble, que había adquirido su propia autonomía, se instaló delante de una
puerta por la que antes se filtraba la luz de la casa. Tanto engordó que su desmesura impedía al cartero salir al pasillo. El cartero se sometió a la tiranía de su mueble en la creencia de que era su memoria. Sin el mueble inmenso nunca podría recordar cuántos telegramas quedaron sin recibir; cuántas botellas quedaron flotando en el mar; cuántos s.o.s. se mantenían flotando en la nada. Como era un cartero responsable aceptó la misión que el destino le encomendaba y se erigió en guardián de las cartas con destinatario desaparecido.
Una noche soñó que el mueble mugía y que golpeaba las
puertas con los cuernos. Por la mañana, sin más trámite, decidió deshacerse de él. Pero cuantas más cosas retiraba más hormigas afloraban entre las grietas del mueble. Incluso se percató de que los propios
cajones se reproducían a sí mismos y que cuantos más cajones abría más cajones
había. Con pavor comprobó que en el interior de los cajones anidaban serpientes anudadas y se hacinaban gusanos dentro de su gorra azul de cartero cumplidor con su deber.
Con mucho esfuerzo logró mover el mueble. En un día consiguió que
avanzara solamente hasta el centro de la habitación hasta que después de
arrastrarlo se le partió una pata de caballo que antes no tenía. Sí, al mueble le salieron
patas de caballo y temió que también le salieran brazos y tentáculos que pudieran cogerlo, guardarlo en un cajón y encerrarlo con llave. Se dio cuenta de que esa noche no podría
dormir y que debía deshacerse del mueble-mamut cuanto antes.
Estado de sitio
Cuando había conseguido mover el mueble hasta el pasillo, éste se atravesó de tal manera que el cartero quedó encerrado en la casa sin poder salir. Había
que partir el mueble en piezas. Sacó todos los cajones,
desatornilló las puertas y con un hacha se dispuso a partir al pesado jabalí de
madera.
Pero los cajones se ordenaron unos encima de otros y se unieron a las
puertas de manera que habían conformado otro mueble. Y,
peor aún, esos cajones habían guardado en su interior su comida, sus cientos de cartas, su teléfono, sus
emociones, sus pijamas, su ropa limpia, sus jarabes y el cansancio necesario
para poder dormir. A partir de ese momento ya no podría dormir porque nunca
estaba cansado. Se agotaría recorriendo las calles con su carrito lleno de cartas y no se cansaría nunca.
La energía inusitada que le confería la falta de
cansancio le acercó a la clarividencia: había
usado demasiada fuerza y poca imaginación. Entendió que debía tratar la madera de acuerdo con su naturaleza de
material hendible. La herida de la madera se encuentra a lo largo de su fibra.
Con poco esfuerzo haría finas virutas, incluso podría convertir su mueble-plantígrado en polvo. No tenía que romper su mueble con un hacha sino rajarlo,
lijarlo, corroerlo y herirlo hasta que el serrín dispersara aquella unidad
compacta en millones de unidades ligeras. Por otra parte, él no debía ser la memoria de las cartas sin destinatario; ni el mar de las botellas con mensaje; ni el aire de los mensajes de auxilio. Las cartas merecían el olvido simple que había en todas las papeleras de la ciudad.
Liberación y descanso
Durante semanas trabajó duro y consiguió convertir su mueble
en marcos para cuadros de Magritte, cajas para los instrumentos de unos
músicos, un ala delta, un biombo, unas bolas redondas, cientos de palillos
chinos y una tabla de salvación. Cuando regresó de un larguísimo viaje a bordo
de su tabla encontró su casa con cien puertas siempre abiertas. Toda la luz
de la calle entraba por su balcón. Su casa era muy grande, blanca y limpia.
Así, sin nada más que el suelo y las paredes, el cartero se encontró cálidamente libre.
Sacó por fin su cansancio de una caja de cartón y durmió durante mucho tiempo. El artista
que tiró el piano por una montaña continuaba subido en la grúa y le saludó amablemente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario