miércoles, 18 de noviembre de 2015

El cartero responsable que soñó con un piano

El sueño

Soñó con una película en que un artista elevaba un piano con una grúa a una gran altura y después lo arrojaba a un valle en el que el público congregado aplaudía con casco de protección. Era cartero y el día antes había entregado una postal en que aparecía un pianista rubio en una piscina. Cuando despertó pensó: "Si se puede romper un piano se puede arrojar al aire cualquier cosa. Todo es frágil"

Esa mañana su mueble enorme estaba allí como todas las mañanas desde que tenía memoria. Su mueble pesaba más cada día y la última semana le había crecido un cajón nuevo. Libros, carpetas, lámparas, billetes de tren, fotografías de gentes que ya no eran gente, revistas, bolígrafos caducados, llaveros, colores, cuadernos de música sin escribir y, sobre todo, cientos de cartas que nunca pudo entregar. Necesitaba retirar todas las cosas del mueble.

La tiranía

El mastodonte de madera había engordado demasiado pero debía conservar aquellas cartas por si alguien se las reclamaba. El mueble, que había adquirido su propia autonomía, se instaló delante de una puerta por la que antes se filtraba la luz de la casa. Tanto engordó que su desmesura impedía al cartero salir al pasillo. El cartero se sometió a la tiranía de su mueble en la creencia de que era su memoria. Sin el mueble inmenso nunca podría recordar cuántos telegramas quedaron sin recibir; cuántas botellas quedaron flotando en el mar; cuántos s.o.s. se mantenían flotando en la nada. Como era un cartero responsable aceptó la misión que el destino le encomendaba y se erigió en guardián de las cartas con destinatario desaparecido.

Animales en los cajones

Una noche soñó que el mueble mugía y que golpeaba las puertas con los cuernos. Por la mañana, sin más trámite, decidió deshacerse de él. Pero cuantas más cosas retiraba más hormigas afloraban entre las grietas del mueble. Incluso se percató de que los propios cajones se reproducían a sí mismos y que cuantos más cajones abría más cajones había. Con pavor comprobó que en el interior de los cajones anidaban serpientes anudadas y se hacinaban gusanos dentro de su gorra azul de cartero cumplidor con su deber.

Con mucho esfuerzo logró mover el mueble. En un día consiguió que avanzara solamente hasta el centro de la habitación hasta que después de arrastrarlo se le partió una pata de caballo que antes no tenía. Sí, al mueble le salieron patas de caballo y temió que también le salieran brazos y tentáculos que pudieran cogerlo, guardarlo en un cajón y encerrarlo con llave. Se dio cuenta de que esa noche no podría dormir y que debía deshacerse del mueble-mamut cuanto antes.

Estado de sitio

Cuando había conseguido mover el mueble hasta el pasillo, éste se atravesó de tal manera que el cartero quedó encerrado en la casa sin poder salir. Había que partir el mueble en piezas. Sacó todos los cajones, desatornilló las puertas y con un hacha se dispuso a partir al pesado jabalí de madera.

Pero los cajones se ordenaron unos encima de otros y se unieron a las puertas de manera que habían conformado otro mueble. Y, peor aún, esos cajones habían guardado en su interior su comida, sus cientos de cartas, su teléfono, sus emociones, sus pijamas, su ropa limpia, sus jarabes y el cansancio necesario para poder dormir. A partir de ese momento ya no podría dormir porque nunca estaba cansado. Se agotaría recorriendo las calles con su carrito lleno de cartas y no se cansaría nunca. 

Creatividad

La energía inusitada que le confería la falta de cansancio le acercó a la clarividencia: había usado demasiada fuerza y poca imaginación. Entendió que debía tratar la madera de acuerdo con su naturaleza de material hendible. La herida de la madera se encuentra a lo largo de su fibra. Con poco esfuerzo haría finas virutas, incluso podría convertir su mueble-plantígrado en polvo. No tenía que romper su mueble con un hacha sino rajarlo, lijarlo, corroerlo y herirlo hasta que el serrín dispersara aquella unidad compacta en millones de unidades ligeras. Por otra parte, él no debía ser la memoria de las cartas sin destinatario; ni el mar de las botellas con mensaje; ni el aire de los mensajes de auxilio. Las cartas merecían el olvido simple que había en todas las papeleras de la ciudad.

Liberación y descanso

Durante semanas trabajó duro y consiguió convertir su mueble en marcos para cuadros de Magritte, cajas para los instrumentos de unos músicos, un ala delta, un biombo, unas bolas redondas, cientos de palillos chinos y una tabla de salvación. Cuando regresó de un larguísimo viaje a bordo de su tabla encontró su casa con cien puertas siempre abiertas. Toda la luz de la calle entraba por su balcón. Su casa era muy grande, blanca y limpia. Así, sin nada más que el suelo y las paredes, el cartero se encontró cálidamente libre. Sacó por fin su cansancio de una caja de cartón y durmió durante mucho tiempo. El artista que tiró el piano por una montaña continuaba subido en la grúa y le saludó amablemente.


                 

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