martes, 22 de marzo de 2016

Rosario y Bowie


Un chute de Luna

Bowie no hablaba pero aprendió de oídas. Es un perro que viene y va de la paz a la guerra en pocos segundos. Y entre tregua y tregua ha aprendido a medir las mareas de la Luna. Nadie se ha dado cuenta de que Bowie sabe contabilizar con exactitud ni más ni menos que cuatro ciclos lunares. Bowie sabe que Rosario tiene la Luna siempre desdoblada, que su Luna no tiene cara oculta, que su luna está siempre creciente y que Rosario no es amiga de los cuartos menguantes.

Bowie piensa que en la Luna no existe el Mar de la Tranquilidad. Por lo menos en las lunas que él conoce. Rosario se ha callado un momento. Está reflexionando y eso preocupa mucho a su perro porque él sabe que cuando Rosario reflexiona es porque no se da cuenta. De repente Rosario lo coge en brazos: “¡si no fuera porque eres tan mono!” Y esgrime una carcajada en la inocente cara de su perro mientras lo suelta en el suelo y su discurso se encuentra de nuevo a años luz de Bowie.

Cuando llegó a aquella cocina grande, Bowie encontró a Rosario contándole sus cosas a un Tupper Ware, dialogando con una olla, hablando con unos platos que la escuchaban con la boca abierta y poniendo sal con desdén a la comida que sacaba del horno quien hacía tiempo que aprendió a guardar silencio.  Por eso el perro ha aprendido a decir “gluten” y “piel de mariposa”, eso sí, nadie lo oye.

El Océano de las Tormentas se llamó así porque Bowie comunicó a la autoridad competente un fenómeno: los cuatro ciclos lunares se sincronizaron. La casa podía dejar de arder y los huracanes amenazaban con dejar de girar. Los tsunamis reivindicaban los derechos de la quietud de los lagos y los glaciares confundieron los términos de las heladas. La naturaleza se invertía en esa inmensa cocina donde Bob Dylan cantaba un vals. Ese día, justo el día en que se reunieron las cuatro mareas de la luna, falleció David Bowie. Rosario se entristeció y se enfureció como solo ella sabe. Y para celebrarlo pronunció la frase que la salva de las pequeñas muertes de cada día: “esta cerveza no está fría

 Malditos Bastardos (2009, Quentin Tarantino) 
Cat people, David Bowie

"putting out fire with gasoline..."



sábado, 12 de marzo de 2016

María José y Axo

 
Una extraña adopción
         
Axo es un perro urbano que tiene madre humana. Bueno, a lo mejor no es humana porque a veces la madre humana de Axo parece un gato marcando su territorio y Axo lo sabe. María José es suave o árida según cómo y con quién. No se sabe cuándo delimitó sus fronteras y sólo permite el paso en su aduana después de serias comprobaciones. Axo pasó el control porque no controló su carrera. Al parecer un día, mientras María José se enfangaba de tierra las manos y el ánimo, Axito corrió como solo lo hacen los cazadores nobles por el jardín de su dueña ausente. Y volvió a correr y a recorrer el territorio marcado por la gata madre, pasando la frontera como si fuera un refugiado recién llegado al país de María José. Fue entonces cuando ella no pudo evitar abrazarlo y le concedió el visado.

Muy temprano, el perro con mirada de hijo, sale a caminar por las calles con su dueña. Pero por la acera caminan tres: Axito, María José y los propósitos. Siempre un afán, siempre un quehacer, siempre un proyecto, hacer, hacer…Ella no sabe que su animal caza todo lo que a ella le sobra: sus incomodidades, sus sueños, sus quejas…. Axo corre puro y ágil y cuando vuelve de su carrera le devuelve la indisposición convertida en buen ánimo y risa con ironía; Nacha Guevara sin cirugía estética; canciones nuevas y partituras antiguas; un buen libro y cientos de cuadernos; viajes y melodías con voces graves.

Ahora, María José está plantando adelfas y Axo escarba en el mismo sitio que María José para enterrar sus presas, imaginarias o no. Él sabe que enterrando allí su caza no la perderá nunca porque las adelfas le enseñarán el lugar exacto de su secreto.

Con su hueso de mentira, Axo quiere de verdad. Y está seguro de que la madre de su país no permitirá nunca que el gran cazador sienta la sangre de otro animal en la boca porque otro se lo mande. Él ya no acata órdenes salvo, claro está, las de su dueña que descansa en el sofá mientras él la protege contento.


                       

sábado, 5 de marzo de 2016

Laura y Jazz



Mientras queden caminos......

Sale sola con Jazz bien temprano a inventar juntos los caminos. Salen a ver las calles y a otros perros amigos de Jazz. “¡Así conoces gente!” y la risa se le escapa porque solo ella se entiende y ella sabe de qué habla. Una mujer con un perro blanco la saluda, otra mujer con un perro amorfo también la saluda. Jazz saluda según a quién. Laura y su perro conocen a los perros del lugar y, de paso, a los amos de los perros. Y no al contrario.

Bien temprano y a buen paso, resulta difícil seguirles. El campo les espera y Jazz lo sabe. Corre y corre y sabe que su dueña y amiga lo llevará por donde los olivos son grandes y el campo menos árido. Mientras él corre, ella piensa en sus alambres morados y dorados para hacer brazaletes, en sus lanas de colores y en pulseras que te estrechan la mano y te saludan amablemente. Y la risa se le vuelve a escapar inmensa.

Las contrariedades van quedando en las bifurcaciones de los caminos que ella conoce bien. Se sienta en una piedra grande y ve jugar a Jazz contento. Aquello que soñó -porque Laura soñó- se va con las piedras que arroja a su perro para que salga corriendo y regrese cansado.


Jazz y Laura vuelven a casa. Allí les esperan. Su trabajo dentro del hogar le obliga a ser tan generosa que a veces se olvida de sí misma. Sin embargo, hay un hecho lógico-mágico que persigue a Laura y que ella desconoce: si Eugene Ionesco hubiera conocido a Laura habría escrito La Cantante Calva diez veces más solo para oírla reír.