sábado, 5 de marzo de 2016

Laura y Jazz



Mientras queden caminos......

Sale sola con Jazz bien temprano a inventar juntos los caminos. Salen a ver las calles y a otros perros amigos de Jazz. “¡Así conoces gente!” y la risa se le escapa porque solo ella se entiende y ella sabe de qué habla. Una mujer con un perro blanco la saluda, otra mujer con un perro amorfo también la saluda. Jazz saluda según a quién. Laura y su perro conocen a los perros del lugar y, de paso, a los amos de los perros. Y no al contrario.

Bien temprano y a buen paso, resulta difícil seguirles. El campo les espera y Jazz lo sabe. Corre y corre y sabe que su dueña y amiga lo llevará por donde los olivos son grandes y el campo menos árido. Mientras él corre, ella piensa en sus alambres morados y dorados para hacer brazaletes, en sus lanas de colores y en pulseras que te estrechan la mano y te saludan amablemente. Y la risa se le vuelve a escapar inmensa.

Las contrariedades van quedando en las bifurcaciones de los caminos que ella conoce bien. Se sienta en una piedra grande y ve jugar a Jazz contento. Aquello que soñó -porque Laura soñó- se va con las piedras que arroja a su perro para que salga corriendo y regrese cansado.


Jazz y Laura vuelven a casa. Allí les esperan. Su trabajo dentro del hogar le obliga a ser tan generosa que a veces se olvida de sí misma. Sin embargo, hay un hecho lógico-mágico que persigue a Laura y que ella desconoce: si Eugene Ionesco hubiera conocido a Laura habría escrito La Cantante Calva diez veces más solo para oírla reír.


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