Querido, desde que has entrado he visto tu apostura de John Lennon y ha empezado a picarme la piel. Me rasco los brazos y con mirada de psicólogo profundo me preguntas: “¿estás incómoda? Tus gestos te delatan” Y elevo plegarias al santoral para que no se me vea el pensamiento sobre lo tuyo. Sobre todo por economía procesal y porque me dan pereza las explicaciones. Aunque he albergado esperanzas de que esto solo sea un mal inicio, únicamente hablas sobre ti y tus asuntos. Y ahora, como si fuera el mejor toro de esta tarde, desencajonas a Goytisolo y, por piedad, evito preguntarte a cuál de los hermanos Goytisolo te refieres.
Debo tener ojos de pasmo porque me explicas una y otra vez tus elaborados conceptos como si yo no los entendiera. Esa mirada que ves no es de ingenuidad sino de perplejidad. La necedad me deja perpleja. Por eso no hablo y me limito a ser correcta. Tu autoestima es tan elevada que todavía no has pronunciado el pronombre “tú”. Has desenterrado al pobre Leopoldo María Panero y mucho me temo que lo confundes con su hermano Michi quien, por cierto, también está muerto. Espero a que acabes tu disertación que ha empezado a divertirme. Me sacudo las moscas que remolonean sobre mi aburrimiento cuando sin avisar me preguntas cuál es mi horóscopo. Y entonces se me reactiva el reuma.
Hablas y hablas agotando mi caudal de misericordia. No me queda indulgencia y mis ojos se ríen solos. Ni te imaginas que estoy intentando hallar la raíz cuadrada de la majadería y el máximo común múltiplo del cretinismo. Querido, desconfía de una mujer que calla porque no te está admirando. Sólo está siendo educada mientras piensa: “¡Si mi querido John Lennon levantara la cabeza!”
Relato presentado en Café con Letras
31 Julio 2015
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