"¿Nunca os habéis cruzado con alguien a quien
no deberíais haber puteado ?... Ese soy yo" (Gran Torino, Clint
Eastwood, 2009) Tres mujeres muertas en cuarenta y ocho horas en un solo fin de
semana. Los homicidas usaron en dos casos armas blancas y en el último caso la
mujer falleció a causa de los golpes. “Matar
a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene, y todo lo que
podría llegar a tener.”, (Sin perdón, 1992). Ana María Enjamio tenía
veinticinco años. Regresaba de la fiesta navideña de su empresa y el hombre
cuya relación había zanjado la misma Ana María la apuñaló hasta la muerte. Fue
encontrada en el portal de su casa en medio de un charco de sangre. “Eres una mierda, y a una mierda sólo le pueden
ocurrir dos cosas: que la pisen o que la recojan con una pala” (El
Sargento de hierro, 1986). Ana María había construido un futuro prometedor y
fuera cual fuere su futuro real, ella ya había edificado una expectativa feliz
para sus días.
La joven de
nacionalidad rumana E.M.M. recibió al menos entre cinco y seis puñaladas en el
salón de su vivienda, una de ellas en el abdomen, tres en el tórax, por la
parte posterior y una en el cuello. Elhomicida se dio a la fuga. “Alguien
dejó la puerta abierta y entraron los perros equivocados en casa” (Infierno
de cobardes, 1972). Si no es la ley debe ser la ira, emoción legítima que debe
ser controlada para ejercer una buena defensa frente a la costumbre de
matar a mujeres desobedientes. Los hombres que matan a sus mujeres se sitúan en
un plano superior de detentación y se consideran investidos de la facultad de
castigar la desobediencia. No matan por desamor, ni por un insano sentimiento
de justicia, matan para castigar la desobediencia. Esa perversa obediencia
implícita que se exige a las mujeres mediante actitudes, acciones u
omisiones,cala los huesos de las
costumbres sociales. "Por
encima de todo, protégete a ti mismo", (Million Dollar Baby, 2004)
En
Alicante fue grabada por las cámaras de seguridad la humillante paliza a una joven en la
que se veía como el maltratador la tiraba al suelo y la arrastraba. La víctima
continúa negándose a declarar porque padece miedo fundado a que su pareja le agreda de nuevo. “Morir no es
forma de vivir” (El fuera de la ley, 1976). La rebelión se empuña y se
ejerce. Los minutos de silencio y los aplausos de después son encomiables como
gesto pero ineficaces para quien mata apuñalando, golpeando o incendiando a la
mujer que posee. No son suficientes las camisetas con mensaje, ni el encendido
de velas "Prepara tres cajas,
dijo mirando al enterrador del pueblo” (Por un Puñado de Dólares, 1964) Es
necesario mejorar con preparación, estudio, formación y valentía más que nada
porque resulta increíble cuánto enfada a un maltratador que su mujer –algún día
debió escriturarla- le supere."El mundo se divide en dos, Tuco: los que
encañonan y los que cavan. El revólver lo tengo yo, así que ya puedes coger la
pala" (El bueno, el feo y el malo, Sergio Leonne, 1966)
Estoy pintando un bisonte grande. Me gusta el tacto de la sangre en los dedos; calentarla entre mis manos y después, poco a poco, untarla en el techo de piedra. Mis hijas, Admira, Oleada, Altamira y yo pintamos todos los días. Algunas veces no podemos pintar porque retiramos los restos de carne que hay en las pieles de los animales. Secar las pieles es muy trabajoso pero abrigarnos con pieles es como abrigarnos con la memoria de la hierba que comieron los animales cazados. Las niñas y yo dormimos envueltas en enormes pieles de bisonte. Pasado un rato, los sueños de la manada se nos duermen en las manos y por la mañana solo tenemos que pintar sin más.
Antes de dormirnos miramos al techo de nuestra cueva y decidimos entre las cuatro qué vamos a pintar en cada hueco, en cada protuberancia y cómo lo pintaremos. Nuestras cuevas son preciosas. Y los deditos de mis niñas son también preciosos, con su precisión tan ingenua y acertada. Todo lo que pintan es increíblemente exacto y nuevo.
La madre de mi madre -que se llama Gloria- es una anciana que también pinta en la cueva. Gloria tiene las manos pequeñas y los dedos huesudos. El frío ha deformado su cuerpo y sus brazos no alcanzan el techo. Sin embargo, cuando las niñas alumbran la pared quemando tuétano de huesos, las manos de la anciana Gloria se estiran mágicamente pintando de color rojo bisontes que se mueven. Altamira pinta manos por las paredes. Un día todas apoyamos las manos en la piedra y ella pintó los perfiles de cada una en la pared. Es nuestra firma.
Soplamos carbón a través de huesos huecos para difuminar nuestros dibujos y para pintar siluetas. Fabricamos colores con sangre, tierra y carbón. Hacemos nuestros pinceles machacando juncos o ramas por los extremos hasta conseguir delgadas hebras vegetales. Y todo nos sirve para pintar.
Gloria, la madre de las pintoras, pintó hace años una cierva enorme. Ella la llamaba `la madre del mejor ciervo´. Cuando cazamos con los hombres traemos los animales muertos y sus últimos recuerdos se nos quedan en los hombros. Los animales muertos cuentan su historia con sus cicatrices o con la ausencia de heridas. Y todos, todos, infunden un profundo respeto tan pesado como su peso muerto. Todos poseen esa postura indescriptible de la dignidad absoluta. Por eso los pintamos.
Hemos pintado estrellas y lunas y hemos pintado ciervos llorando. En el futuro se entenderá que cuando Gloria pintaba con sus manos pequeñas bisontes corriendo, estaba pintando nuestra admiración por los compañeros de nuestra vida.
Los artistas preshistóricos podrían haber sido mujeres.
Según la publicación National Geographic, el arqueólogo Dean Snow analizó las huellas de las manos encontradas en ocho cuevas de Francia y España. Tras comparar la longitud de algunos dedos, ha determinado que el 75% de las huellas eran femeninas.
Los expertos determinaron, sin plantearse otra opción, que los autores de las pinturas rupestres eran principalmente hombres. Seguramente porque las mujeres solamente ejercían como meras mamíferas observadoras de su arte.
Sin embargo, en la documentación que encontramos sobre Altamira siempre se escriben textos como los siguientes, en los que no se cuestiona que fueron hombres los pintores. El lenguaje es muy elocuente:
“El descubrimiento de la cueva de Altamira suscitó una fuerte polémica entre los arqueólogos, ya que no creían que los hombres prehistóricos fueran capaces de hacer unas pinturas tan perfectas”
"La utilización del relieve en el techo para expresar mayor realismo es una característica del pintor de la Cueva de Altamira"
"....los medios que posee el hombre desde el Paleolítico superior para forjar símbolos orales realizables manualmente.»
"El Poder (notarial) otorgado por mujer soltera que luego se casa, carece de validez. Si mujer soltera otorga Poder a Procurador para pleitos, si después se casa, no es válido este poder para iniciar el pleito después del matrimonio"
Así lo entendía el Tribunal Supremo en 1961.
¿Por qué no era válido este documento?, porque después del matrimonio, la mujer soltera ya tenía un marido que debía concederle su permiso y su supervisión para que la esposa recién escriturada pudiera acudir al juzgado para defender sus intereses.
Si la mujer permanecía soltera podía acudir al juzgado mientras no tuviera un señor que la tutelase. Ahora bien, debo indicar que en muchas ocasiones el abogado, incluso el juez, consultaba al padre de la mujer soltera para asegurarse de que su propósito estaba respaldado por una infalible figura masculina.
Es más, ellas mismas adoptaban un `paterfamilias´que las tutelase y hablara por ellas. La rebelión no se pide, se empuña.
Las hermanas Emile y Christine Papin. Había una tercera hermana
que fue monja en un convento
Las hermanas Emile y Christine Papin fueron empleadas dosméticas durante siete años al servicio de la familia Lancelin perteneciente a la burguesía francesa. A comienzos de 1933 las dos hermanas asesinaron a la señora Lancelin y a su hija de una forma horrorosa. La revista Les Temps Modernespublicó en 1964 el informe del doctor Le Guillant quien describió el caso detalladamente.
El escritor Jean Genet se inspiró en este suceso que conmocionó Francia para escribir su magistral obra de teatro Las Criadas. Recomiendo leer esta obra breve de teatro. En Las Criadas la lucha de clases sociales se convierte en odio y la envidia en patología. Clara y Solange –las criadas de Genet– son los personajes con que Genet emula a las hermanas Papin.
Jean-Paul Sartre afirmó sobre esta obra que, "para Genet el ejercicio teatral es demoníaco; la apariencia, a punto de hacerse pasar por realidad, debe revelar sin cesar su irrealidad profunda. Todo debe ser falso".
El propio Jean Genet escribió en el prólogo de la obra: "Malditas o no, estas criadas son monstruos como nosotros mismos cuando soñamos esto o aquello. Yo voy al teatro para verme en escena tal y como yo no sabría verme o soñarme y sin embargo, tal y como sé que soy".
Cada párrafo de Las Criadas puede ser una disertación portentosa sobre la ira. Después de leer este libro, he transcrito las frases que expongo a continuación, junto al nombre del personaje de la obra. En estas frases subyacen el conocimiento de la envidia, la poética del odio, o la estética furiosa de la humillación. Me ha recordado demasiado al teatro furioso de Francisco Nieva. ¿Quién fue primero? Por otra parte, hace tiempo que sé que ya no volveré a leer sin tomar apuntes. Estas son las frases.
"Hay que reírse. Si no, la tragedia hará que nos escapemos por la ventana" Clara
"Mi chorro de saliva es mi diadema de diamantes". Solange
"..Y sobre los claveles y las rosas es imposible -como dice el señor-, no descubrir un pelo de una u otra criada". Clara
"Quererse en la esclavitud no es quererse" Solange
"El bajo de mi vestido algún día estará cuajado de lágrimas nobles". Clara
"La señora se creía protegida por sus barricadas de flores" Solange
"El blanco es el luto de las reinas" Clara
Existen numerosas crónicas del crimen en las que se describe el suceso con todo lujo de detalles. Para después de la lectura del brutal suceso se recomienda visualizar esta escena de la primorosa Doris Day.
A mi querida María Merlo. Siempre fuiste muy elegante
Obra de Rene Magritte
Homesickness, (1940)
“Déjame ir.
Inyéctame dos dosis”, dijo Rosa con tranquila firmeza al enfermero que le
inyectaba la morfina de las diez de la noche. No había pena ni súplica en su
voz, tan solo una serenidad que congeló la inyección. Esperaron media hora hasta que llegó una nueva dosis. “Siéntate
y deja que te cuente cosas agradables” En la Unidad del Dolor había enfermos
que contaban cientos de horrores ciertos. Para el enfermero Eliades era más
violento escuchar a Rosa que oír cualquier horror envuelto en sangre, bilis y
lamentos. Y es que Eliades no sabía escuchar los verbos del placer. Durante sus
estudios había empleado demasiado tiempo en entrenarse para comprender a los
más débiles y poco tiempo en saber recibir la sensibilidad de los más fuertes.
“Siéntate conmigo, Eliades”
“¿Alguna
vez te has bañado en leche?”, le dijo Rosa nada más tomar asiento. Pobre Eliades, tan encuadernado, tan
pulcro, tan guiado y tan incardinado. Pobre Eliades, tan correctamente incorrecto pero sin vida sobre los hombros. Pobre Eliades, tan dirigido, tan educadamente
maleducado. Apenas una frase disonante y toda la frágil cimentación de su moral
de saldo, cayó al suelo como si fueran las canicas de un niño que no jugó con
barro. El pobre Eliades no encontraba el aplomo necesario en su yoga ni en su
meditación. “No, Rosa. Prefiero el plato
de ducha”. Así expuso el enfermero su previsible cortedad. Las carcajadas
de Rosa se oían en la planta donde ya dormían todos los pacientes.
Las células necrosadas de Rosa reían
contemplando las contorsiones morales de Eliades quien, quería escucharla
porque se tenía por inteligente, mientras su corazón se estremecía de pudor y
vergüenza. Era un enfermero comprensivo y paternal que se había acomodado en
consolar a los enfermos sufridores con cariñosas y melifluas palabras de ánimo.
El personal de la Unidad del Dolor sonreía a los enfermos agonizantes con iluminada
comprensión en sus ojos. Esas sonrisas hospitalizadas y
hospitalarias irritaban mucho a Rosa. “Si te pones empática saco la daga que tengo bajo el colchón”, decía al
oído de una enfermera especialmente solidaria. “¡Ya están aquí las Hermanitas de la Caridad Emocional!”, gritaba
cuando la visitaban un psicólogo y una animadora social.
Not to be reproduced (1937)
Eliades no quería abandonar a Rosa sufriendo un
dolor desmedido. Miraba como Rosa reía mientras el dolor la torturaba y la
confusión comenzó a saber dulce. Rosa era al mismo tiempo guapa y fea,
delicada y áspera, inteligente y sin sentido común.
“¿Alguna
vez te han acariciado las piernas decenas de peces? Bajo el agua, la apnea se alarga cuando
te vas con ellos y su cuerpo frío pasea por tus brazos” A
Eliades solo le gustaba la playa para ver atardecer. “¡Qué limitado!” dijo Rosa riendo. “Es como ir al teatro para ver solo el final de la función”
“¿Recuerdas
el paso lento de una gota de aceite cuando cae por la espalda?” Eliades no podía recordar lo que no había
vivido. Intentaba hacerse un hueco en la conversación y contarle a Rosa que había practicado meditación en Camboya y que usaba mucho sándalo en su apartamento. Pero
Eliades nunca pensó en inventar sus propios placeres. “Hijo, tú tienes placeres de catecismo”, dijo Rosa mientras fumaba sin
esconderse su prohibidísimo tabaco rubio. Rosa hizo que un celador consiguiera para
ella un cenicero de alabastro antiguo –la cabeza de un fraile- que había visto en
el despacho del director del hospital cuando hizo su ingreso. “¡Es un placer fumar aquí!” dijo al
celador.
Bather, (1925)
“¿Has
comido granadas de las manos de otra persona?” Eliades nunca comía granadas. “¿De verdad?, ¿nunca has destrozado
una granada y te la has comido como los niños chicos?” A decir verdad, el enfermero
de la Unidad del Dolor jamás había visto esa fruta. “¿Y no has lamido un buen Armagnac en la cara de tu amigo?”, “No, Rosa. No me gusta el cognac”.
Después de aclararle la diferencia entre cognac y armagnac, Rosa tuvo la
tentación de sentir piedad por Eliades, pero ella ya no tenía tiempo para la piedad.
Sabiendo que el enfermero sentiría el mismo
vértigo que en la más perversa atracción de feria, Rosa invitó a Eliades a no
inyectarle la morfina de las diez. Pasó poco tiempo cuando el dolor ascendió enorme y enamorado
de sí mismo. Un mar de dolor descomponía cada vez más la fuerza de Rosa quien
se aferraba a la espalda de Eliades. El enfermero -como improvisado notario del
dolor-, comprobó en sus muñecas moradas la fuerza del dolor físico. Rosa envió
su dolor por los senderos de una rabia sin estrenar y se permitió decir a
Eliades justo aquellas certezas que nadie soporta sobre sí mismo.
Habían pactado que él aguantaría las palabras,
los gritos y la fuerza de Rosa hasta que médicamente fuera imposible soportar
el dolor. “¡Han inventado tu vida por ti
y eres tan tonto que crees que es tuya!”. Eliades quería saber todas aquellas
evidencias sobre sí mismo que nadie le diría nunca. Al inmenso dolor de Rosa
se sumó pronto el dolor de Eliades quien estaba encajando golpes que dejaron sin respiración el estómago de su
autoestima. Frases hirientes, verdades
punzantes y ese descarnado dolor que uno siente ante ese espejo en que le crecen pústulas a la vanidad. Después del exorcismo, Rosa y Eliades quedaron
dormidos bajo los efectos de la misma medicina.
Cuando Rosa despertó, Eliades estaba esperándola
con hematomas en los brazos y con la sonrisa de una gratitud inmensa por tanta
generosidad. “Rosa –le dijo- hoy he probado la ensalada de manzana con
agua muy fría. Tenías razón. Es estupenda. ¿Quieres comer un poco?” Y
extendió las manos rebosantes de trozos manzana y de las que caía agua helada y dulce en el camisón de Rosa.
Ella tomó con la boca un pequeño trozo de manzana. Una buena forma de comenzar el
día más humilde de sus vidas. Era madrugada, se oían los últimos acordes de aquel blues.
Freedonia
It´s gonna fine
"Yo te gusto -continuó ella-, por el mismo motivo que ya te he dicho, he roto tu soledad, te he recogido precisamente ante la puerta del infierno y te he despertado de nuevo"
Cándida no entendía el color porque era blanca
desde que nació. El día de su investidura mostró sus heridas de guerra con la
túnica abierta ante el Senado tal y como se exigía en los ceremoniales de investidura de los senadores.
La cicatriz en el vientre era una luna tumbada que marcaba las mareas de su
alegría. Había anidado en su vientre la indefensión de una cierva despedazada
pero mantuvo sus piernas erguidas. Fue después de esa herida cuando se
convirtió en pez invirtiendo sus centros de gravedad y su espalda creció en el agua anulando su cicatriz. Por los raíles de la anestesia se marchó a un acogedor
desierto de dunas dulces. Los muertos más queridos llevaban búhos y halcones en
sus hombros y le dijeron tres cosas: que el agua le estaba esperando, que la
Matemática no entiende de cálculos y que los senadores eran miopes.
......y los peces protegieron su vientre
Cuando le quemaron los ojos visitó las tierras
de la ceguera durante veinte segundos en los que se sentó en una biblioteca
antiquísima. Una anciana iba anunciando el nombre de los veinte ciegos con quienes
mantuvo una larga entrevista. Cada uno narró a Cándida su intimidad sin colores
y se sintieron liberados y entendidos porque ella tampoco sabía qué eran los
colores. Cándida sólo entendía la luz absoluta y nada más. Los ciegos solo entendían la oscuridad absoluta
y nada más. Un diálogo perfecto cada segundo de deslumbrante brillantez.
La cicatriz en la frente nació por el golpe de cien martillos y la cicatriz en
los dedos nació por manejar un punzón durante todas las noches de diez años
para tallar una estatua sobre un diamante. El diamante venció y jamás existió
una estatua imposible.
Cuando los senadores vieron a Cándida se deslumbraron por el poder luminoso de su inocencia blanca. Cada uno de ellos estaba tan perversamente
condicionado por su único color que no comprendían el concepto de la luz. Y es que cuando
ellos abrieron sus túnicas no enseñaron sus auténticas cicatrices porque temieron mostrar los vestigios de su dolor.
Candida, blanca, albina y clara
El senador Rubrum
Carnifex era primario y, de acuerdo con su vugaridad, ordenó a una criada
maquillar una profunda llaga en el costado. Así la asamblea entendió que había
sido víctima de un martirologio en una lejana guerra con elefantes furibundos.
Pero la única cicatriz de Rubrum Carnifex
era aquella que le produjo un herrero cuando le extirpó un corpúsculo en el
recto. Y es que Rubrum jamás estuvo
en guerra alguna.
El Senador Cyaneus
Magister tenía una cicatriz en el
hombro porque se partió la clavícula al caerse de un caballo. Todos contaban
que el hueso rompió la carne asomando cerca del cuello y que los dos perros de Cyaneus, lamían la sangre mientras él
permaneció sin turbación alguna ante tal lesión. No lloró ni gritó ni nada dijo
salvo el estoico silencio. Y, privado de sentido, lo halló su asistente quien
lo socorrió en el trance. Cuando se retiró la túnica del hombro todos los
Senadores rompieron en un aplauso rotundo reconociendo el valor y el mérito de Cyaneus Magister al caerse de su
caballo. Lo que no contó el impertérrito
Cyaneus fue la ingesta anterior de aromáticas hierbas de la lejana Asia que le anestesiaron el dolor y que fueron causa directa de la caída.
El senador
Viridis Soldadus tenía el muslo atravesado por el cuerno de una cabra.
Cuando las cohortes del Emperador Adriano se encontraban en Anglia Viridis ejerció como soldado y cocinero, debiendo matar a los
animales con que se alimentaban los soldados. Cuando Viridis Soldadus descubrió su pierna herida los senadores estaban
distraídos y apenas aplaudieron al nuevo senador Viridis quien sí
estuvo en la guerra de Anglia.
Título: Bodegón con gato azul
Las cicatrices de Cándida eran ciertas. La irreverencia
de Cándida no consistía en haber ido a la guerra y haber regresado herida. Los
senadores sabían que de los infiernos sólo se regresaba herido o mutilado. Su
atrevimiento consistió en mostrar las cicatrices verdaderas porque el dolor o
el placer no habían de mostrarse. De la misma manera que nadie debía conocer el
número de monedas que cada uno llevaba en su bolsa, tampoco debía darse noticia
alguna sobre las alegrías o sobre los displaceres.
Después de la ceremonia de la blanca Cándida el
escribano del Senado inventó un nuevo término: candidez. Y el senado de las
heridas inventadas y correctas mandó acuñar una moneda en la que aparecía
Cándida con su túnica sincera en la que aparecía la leyenda: alba tunicae, albina anima.
No esperaba el ascensor porque perdía el tiempo.
El tiempo se derramaba como placenta rota por el hueco de ese montacargas y ella
no era un peso muerto. Primeros escalones. Recordó a Marlene Dietrich en la
película Testigo de Cargo. “¿Quieres darme un beso, encanto?” decía
mientras exhibía una descarnada cicatriz que le atravesaba la cara con brillos de
navaja. Durante años su hermana repitió riendo esa frase cada vez que arribaba un
hombre imbesable.
Primer rellano. Un abogado infartado decía que
las escaleras se suben lentamente al principio y deprisa al final. Y después de
evacuar el aforismo componía una mirada de sabio del Sanedrín. “¿Quién compraría esas lámparas de pared
para la escalera?” Ser anodino también es un arte. Se acostumbró a no
encender la luz mientras fuera posible subir por el útero de ese edificio con
la luz grisácea de los patios.
Segundo piso. Han descubierto dos lunas en
Júpiter. ¿Qué pereza pensar nombres para dos lunas? Lavanda y té. Los astrónomos no suelen pisar la hierba. Para la chica que no esperaba el ascensor era evidente
que una luna debería llamarse Bach y la otra Mahler, o Diana y Belisana, o
Fausto y Otelo….Un vecino con bombachos y olor a alfombra encerrada invadió la intimidad
de su escalera. Esa visión de cotidianidad fue como un tanque ruso disolviendo
manifestantes en la primavera de Praga. Después de la visión del propietario ya
no hubo lunas.
Primavera de Praga. 1968. Requisaron las cámaras de los fotógrafos, y revelaron
las fotos para detener a los manifestantes.
El camino vertical de la chica transitaba
paralelo al del ascensor con carga humana. Esa gente eran seres que aguantaban
su propio peso ayudados por el débil cordón umbilical del ascensor. Soportar su
propio peso era para ella una cuestión de dignidad animal donde la epidural no
tenía cabida. Una trapecista volaba sin red atravesando un cielo de Jackson Pollock. Y pensó en poner un enorme cuadro del pintor en la última escalera que
lleva al ático.
¡Qué bien se sentía sola por ese camino extraño
donde nadie la esperaba! El perro de todos los días lloraba a la misma hora
cerca del tercer piso. Un ligero mareo la llevó a un mundo amarillo durante dos
segundos “Deberías tomar más café. Te
mareas con facilidad”. El perro que lloraba la trajo de nuevo al útero
escalonado por el que se desnacía cada mañana a sí misma, introduciéndose de
nuevo en el vientre de su deber.
El sonido de las llaves repitió el eco
chirriante de la voz quebrada de Tom Waits: "I´m
gonna take it with me when I go". Cuando oía al dulce Tom se prometía a sí
misma estudiar más inglés solo para escuchar despacio todas sus canciones
tristes. Cantaba bajito esa canción -Take it with me- cuando sintió una
ortiga bailando en la garganta que le dolió todo el día. Había hecho frío esa noche pero su soledad le abrigaba igual que abriga Tom Waits a las chicas
que no esperan el ascensor.
Día Uno. Acaban
de entrar dos ambulancias al hospital que hay enfrente de nuestra casa. A lo mejor ha sido un jabalí jugando.
Lesiones poco serias. Mercedes dice que las lesiones son graves cuando el
forense reconoce muchos puntos de secuela. Es un buen nombre para una pulga:
Secuela. Mi hermano Pancho tuvo una pulga y se quejaba mucho. Aunque creo que faltaba
a la verdad porque las pulgas nunca van de una en una. Se agrupan como los
pinos, como las piedras del río o como los troncos que hay en la leñera.
Día tres. Hace
tiempo que no veo a mi hermano. Sin mí padece una manifiesta indefensión aunque
él no lo sabe. Igual que Mercedes que no sabe que yo debería llamarme Martín. Hoy
he soñado que caía por un espiral enorme dando vueltas sin parar. Y que un hombre muy severo que se
llamaba Otrosí me esperaba al final del tubo. El sueño ha acabado bien porque
estaba resbalando por un rulo larguísimo de Mercedes mientras ella se reía. El pelo le olía
como una noche en el campo.
Día cinco. Desde este balcón en el que observo la calle, me
acuerdo de mi hermano Pancho. Había un cuidador en la perrera a quien mi
hermano llamaba Stultus Maximus. Cada
mañana el gran Stultus llegaba con un cubo repartiendo el pienso y nos decía a
mi hermano a mí: “Para los chiquitines la
mitad de pienso” ¿En qué extraño fundamento se apoyaba nuestro empleado
para afirmar que somos pequeños? Yo soy el más grande de toda la camada y mi
hermano es como mi padre, enorme respecto al resto de sus hermanos y además somos
altos de cuartos traseros. Es irrefutable: no somos pequeños.
Día siete. …..Era aún
peor cuando Stultus nos insultaba llamándonos `perros de interior´. Soy un conquistador del aire libre y no se han dado cuenta. Cuando vamos a ver a los jabalíes estamos todo
el día fuera de la casa. Los jabalíes son animales extraños. Cuando se
aproximan infunden el mismo miedo que el sonido hondo de cuatro elefantes
pensando. Pero no son tan sagaces como creía. Nunca he entendido por qué nunca usan
las puertas para entrar a los sitios y necesitan escarbar debajo de una valla
para entrar. Un jabalí es lo que necesita el cuidador de la perrera.
Día nueve. ¡Ha
venido mi hermano Pancho!, ¡Está aquí! Es un hecho probado que sigue
sintiéndose igual de indefenso que siempre, aunque él lo inadmita. Debería
haberse llamado Peñasco pero nadie lo sabe. Hoy no han entrado ambulancias en
el hospital. El sol es mucho mejor hoy. Mercedes ya se ha sentado en el sofá
porque quiere jugar conmigo. Voy a llevarle su juguete para que se divierta un
rato.
Día diez: Desde
hoy ya no cuento sólamente los días impares. Volveré a contar los días pares
porque mi hermano está fuera de la perrera y no volverá a ver a Stultus Maximus.
Además, estará conmigo y necesita mi protección. Volveré a defender nuestros intereses
legítimos como antes. Y además me tiene que ayudar con Mercedes porque necesita
jugar y ponerme al sol. ¡Así ella parece tan feliz!
Madness
Forever young (2010)
Album The Libery of Norton Folgate
Cuando fui joven las noches y los días eran largos
y los días tan intensos como los girasoles al sol.
Domingo conocía bien el negocio de la
ferretería. Los clavos eran su especialidad. El día que un viajante de Jaén le
quiso vender los primeros clavos sin cabeza no dejó que le engañaran. “Los clavos sin cabeza no existen”
sentenció. Y el viajante de Jaén, quien además también vendía ropa de bebé, se
marchó de la tienda a visitar otras tres ferreterías ese mismo día.
Conocía también Domingo todas las
modalidades de baile de salón. Los sábados por la tarde su señora y él
visitaban un gran recinto donde muchos matrimonios se divertían practicando y exhibiendo
todo lo aprendido en las clases semanales. Las chicas que iban a clase en el
turno de noche ironizaban con sus pantalones grises que ocultaban el vientrecillo redondo de Domingo. Su
señora asistía a clase en el turno de mañana. A él le gustaba halagar a las
compañeras de clase “Qué amable es
Domingo” decían las chicas. “Qué
contentas se ponen con cualquier cosa que les digo. En cuanto yo quisiera
tendría una aventura con la chica que eligiera” pensaba él.
En las clases, los profesores asignaban las
parejas para que nadie se sintiera excluido. Domingo tomaba a sus compañeras
por la cintura como un padre. Al principio, sus manos castas creaban confianza
en sus parejas de baile. Por eso ellas no imaginaban la fruición con que
esperaba Domingo el momento de ensayar el tango. Fue después de unos cuantos
tangos cuando todas coincidieron en su opinión: “Domingo está salidísimo” y por eso rehuían a Domingo y su pecho
pequeño y estrecho. Además bromeaban cada clase con la mala fortuna de aquella
compañera que fuera asignada a las manos temblorosas y cándidas de Domingo.
La soberbia humilde de los clavos
La ferretería que había en una calle
paralela a la suya empezó a vender clavos sin cabeza. Domingo se enteró cuando
una vecina le dijo que había comprado unas `puntas´ para cuadros pequeñitos porque
le venían muy bien para colgar los bodegones que pintaba su marido. El viajante
de Jaén había pasado por la puerta de su ferretería en varias ocasiones y
Domingo siempre había sentido pena de él. Según el ferretero, vender jerseys de
bebé y alcayatas era un oficio miserable. Al fin y al cabo, en su comercio
había cincuenta y cuatro cajones con cincuenta y cuatro clasificaciones de
artículos de metal niquelado. Tenía sartenes con patas, sartenes sin patas,
parrillas de última generación y jaulas con puerta corredera. Tenía cuberterías
para dotes; aceiteras con una `c´ para el aceite de la carne y aceiteras con
una `p´ para el aceite del pescado; tenía pomos de cerámica, guantes metálicos
protectores para carniceros industriales y un césped artificial en dos colores
que quedaba muy vistoso. Y, después de enumerar los artículos que tenía en su
punto de venta, siempre concluía diciendo: “y
todo eso es un plus”
Y un día, la ira
La mujer de Domingo lo admiraba en público,
se compadecía de él en privado e intentaba que no se enfadase cuando estaba con
él. Siempre iba a recogerla a clase de baile. Un día se enteró de que su señora
había bailado bachata con el monitor de baile. Todas las compañeras la
felicitaban porque había bailado muy bien. Domingo se interesó por esa modalidad
de baile y se encaramó en un descomunal enfado cuando vio la coreografía: “O sea, ¡que juntas tus caderas con las suyas
y después os movéis!” y acto seguido arrojó un plato de pimientos fritos a
una pared recién empapelada con enormes tulipanes. Rompió el cristal de una puerta,
rompió un costurero y tiró al suelo el mantel de la mesa con todo lo que
contenía. Gritó y gritó hasta que en un arrebato de silencio, del peor
silencio, de ese silencio que debe haber en el centro de los huracanes, cogió a
su señora por el brazo y lo retorció hasta que lloró de dolor. Después la
zarandeó y, cogiéndola por la nuca, golpeó su cara repetidamente contra un
lavabo. Ya no iría más a bailar. A partir de ese día su señora odió los
tulipanes, odió la música y le odió a él.
Y también a partir de eses día el pánico
provocó en la señora de Domingo el peor tipo de incontinencia que se puede
sufrir en el suelo pélvico y para el que no sirve un simple pañal. Caminaba con
miedo por la calle por si le sucedía lo peor y alguien olía su drama. Evitaba
relacionarse con sus amigas para que nadie se diera cuenta de lo que le ocurría y tardó poco tiempo en percatarse de que sus hijos habían sentido asco alguna
vez.
Ella ya no volvería a reír ni a bailar. Alguna
noche soñó que se enfadaba con Domingo y que se reía de sus tetillas caídas por
las que ya no sentía su antigua ternura. Imaginó en alguna ocasión que se
rebelaba, que le hablaba seriamente y que Domingo la entendía. Pero cuando
escuchaba al aire tropezar en la boca de su marido con todo lo que albergaba
esa cavidad, una ola de repugnancia le recomponía el seso. El estómago se le
convirtió en la caja fuerte de todo el miedo. El miedo para comer; el miedo
para reír; el miedo para dormir…. Domingo no imaginaría nunca el profundo
desprecio que sentía su señora cuando le oía enumerar los artículos de sus
puntos de venta y sus largas y consabidas peroratas políticas y morales.
Domingo el ferretero no sería capaz de adivinar que cada punto geográfico de su
persona era la mejor referencia para describir el asco.
El ferretero continuó asistiendo a sus
clases de baile y mostrándose amable y paternal con sus parejas de baile. “¡Si supiérais a lo que tengo que renunciar
en clase!, ¡si yo quisiera!”, decía a sus compañeros que se divertían mucho
con el amable Domingo. Todas las noches, antes de regresar a casa desde las
fiestas de baile de salón compraba dos pasteles almendrados para su señora. Y cuando
lo veían entrar en el coche con el paquetito de pasteles todos coincidían en
afirmar: “qué buena gente es Domingo”
Modena City Ramblers
Bella Ciao
Canción popular italiana
La rebelión no se piensa, se empuña.
Una mañana me desperté y encontré al invasor. Oh! Partisano, llévame contigo porque me siento morir. Y si yo muero de partisano tú me debes enterrar allá en la montaña bajo la sombra de una bella flor. Y la gente que pasará me dirá ¡qué bella flor! Y ésta es la flor del partisano, muerto por la libertad.